El ascenso del chacal
(Cuento)
Por: Julio Micolta Cuero
Fabricio Posada Echanique: ¡ Ese es mi nombre!, pronunció en tono enérgico y descortés el individuo cetrino y de semblante cuasi cadavérico, que acaba de llegar a hacerse cargo de las operaciones en los laberínticos recintos del regimiento denominado “30 de Septiembre”.
Llegó ensimismado y convencido de ser el dueño absoluto de sus subalternos, con su rango de mayor y sus ínfulas de mandamás, le pasó revista a la tropa, y de modo muy concupiscente auscultó con sevicia de disparatado morbo a las féminas que formaban parte de la gendarmería.
Dio órdenes altisonantes, quiso imponer temor más que respeto, emitió disposiciones de cumplimiento inmediato, y a la voz de ¡su orden mi mayor! cada cual se retiró al cumplimiento del deber.
Pero Fabricio fijo su mirada de chacal en acecho, auscultó a un grupo de subalternas hacia quienes se aprestaba a dar directrices , se detuvo a atisbar fija y sospechosamente la figura arrobadora de Azucena, una joven y guapa agente, a quien de modo resoluto le dijo:- ¡usted, acérquese, quédese aquí dentro de regimiento hasta que yo le disponga qué hacer. A lo que Azucena respondió! Su orden mi mayor!
A las demás les dispuso el cumplimiento de diversas tareas en la arteria citadina.
Era evidente que el Chacal se sintió atraído por la estampa de mujer mulata y bella que tenía al frente, y comenzó a fraguar la manera de imponer su jerarquía a favor de sus truculentas ambiciones carnales, esa era su costumbre, y ahora se le estaba presentando una nueva oportunidad para sus peregrinas andanzas.
- Cuál es su nombre señorita, le preguntó, a lo que la fémina respondió: -no soy señorita, soy señora y mi nombre es Azucena Timarán de Cuabú; a lo que éste ripostó- quítese nomas el “de” que lo de Azucena Timarán le luce mucho mejor mi bonita, al tiempo que soltó una mefistofélica y desquiciada carcajada.
El tipo dejó de lado su condición de superior y se propuso a partir de ese momento convertirse en un auténtico galán de extramuros.
Ella le dijo- soy una mujer casada, y éste le respondió -eso no es problema ya le buscaremos solución al asunto.
De muy mal gusto ella le dijo- parece que se está equivocando conmigo.
El tipo volvió a reírse, y le ordenó: ¡súbase al vehículo que usted va a laborar conmigo hoy; y como es de estilo ella volvió a responder:
¡ Su orden mi mayor!
Así iniciaba Fabricio el chacal lo que en la actividad laboral se denomina acoso. No dejaba en paz a su subalterna, la perseguía a sol y sombra, es decir que ejercía el típico abuso de poder.
Según se conocía, Fabricio en su niñez había sido abusado sexualmente, y esa tara lo convertiría para el resto de su existencia en un resentido social; no había sido suficiente con que sus padres lo sometieran a tratamiento psicológicos, sus neuronas estaban atrofiadas por la imagen del atropello padecido, y era por esto que tenía tintes de pervertido seductor, y era de su preferencia utilizar su rango y su cara de” cojudo” en beneficio de sus lascivos propósitos, y su especialidad cuasi demencial era perseguir a damas comprometidas. Era una especie de Camargo Barbosa, el tristemente célebre violador y asesino en serie, que asoló hace mucho tiempo al país amazónico y que terminó ajusticiado como a perro en una de las cárceles donde purgaba una larga condena; sólo con la diferencia de que este tenía otro modus operandi, es decir que abusaba de su condición de Jefe replicando actuaciones de daño moral.
Pero como se dice en el argot popular, a Fabricio se le durmió el diablo, por cuanto el consorte de Azucena, a través de unas consultas cabalísticas con unos brujos llegados del Chocó entre los que se encontrada el afamado maestro “el Príncipe Santor”, y en medio de un aquelarre entre conjuros, yerbas de santería y cartomancia, fue como sobre la bola de cristal de los sortilegios que se llegó a tener conocimiento de las mundanas correrías del chacal, lo que conllevó a montar una suerte de inteligencia gitanesca para desmontar sus peregrinas artimañas, lo que resultó exitoso porque las andanzas del chacal quedaron al descubierto: “Póngale fe mi señor ( le habría dicho Santor a su cliente) que estas estrategias mágicas son más efectivas que las del Pentágono, el cigarro molino rojo nunca falla”.
El chacal, una vez descubierto, como ratón acorralado, estando entre la espada y la pared, temblaba como perro en canoa al tiempo que negaba haber mantenido las relaciones provocadas por sus nefastos apetitos carnales.
Saltó a la memoria uno de los versos sentenciosos del poeta de Quinindé, Jalisco González, quien dice:
“¡ El que a hiero mata, a brujería se muere!”.
El individuo perdió el sueño, sus jugarretas se le trasmutaron en trasnochadas pesadillas, al punto que según cuentan algunos vigías, el chacal veía al ofendido hasta en la sopa, y en esas circunstancias parecía un andariego can ladrándole a la luna. Temía por la posibilidad de ver truncaba su carrera, puesto que había sido transferido al “30 de Septiembre” a hacer una especie de pasantía, en trámite al ascenso al grado inmediato superior, y en esas vericuetosas circunstancias buscaba padrinos por todos lados, para demostrar que era una especie de ser angelical, incapaz de inmiscuirse en actos de baja calaña.
Uno de los emisarios del chacal, concurrió por repetidas ocasiones a buscar al consorte de Azucena, quien era un catedrático universitario entregado a tiempo completo a impartir sabias enseñanzas y buenas normas de conducta; el improvisado emisario al tomar contacto con el profesor, dijo que su jefe no sabía que Azucena estaba comprometida, y hasta se inventó que ésta le había dicho que era madre soltera. Sin embargo de ello la coartada se había iniciado a partir de que se encontraron unas cartas enviadas a la subalterna, en donde el chacal le decía con frases seudo amatorias: que cambie el chip de su teléfono celular, y que le envíe por esa vía una fotografía, que estaba alejado de su familia, esposa e hijos y que le pidiera el divorcio al afectado que estaba dispuesto a asumir responsabilidades.
La subalterna le dijo al chacal que consideraba que lo acontecido estaba mal y que ella amaba a su pareja.
El chacal lanzó un aullido, montó en cólera, llegó a amenazarla diciendo que le tenía algunos secretitos guardado, lo profería en tono amenazante, conminándola a que se pusiera de su lado porque ella iba salir perdiendo, que sería su palabra contra la de él y que al final de cuentas le podía llegar la baja, es decir que la amedrantó.
Azucena comenzó recién a reparar en la maraña en que el chacal la había enredado, con un comportamiento que se podía calificar penalmente como estupro. Pues era una mujer honesta, y había caído en la trampa del audaz sujeto.
Fabricio, por su complejo de mandamás impertinente y atrabiliario, día a día se vino ganando el desprecio de la mayoría de sus subalternos, incluso cuando se corrió la noticia de sus irrespetuosos y pecaminosos comportamientos, sintió el repudio de muchos, aunque por sus jerárquicas relaciones se sentía protegido y encubierto; y por si las moscas, se encomendaba al santo de su devoción, beato que no estaba en los sacramentados altares sino que era de carne y hueso, ángel cuasi celestial que sin que el chacal le prendiera vela alguna, le hacía milagros, muy al contrario de lo que reza el famoso dicho: “ A santo que no hace milagro, no se le prende vela”.
Cuentan muchos por ahí, que el chacal comenzó a sufrir desvaríos y desvelos. Padecía ante la posibilidad de que por su vida airada le llegase la hora de pagar caro sus seudas idílicas trapacerías y se quede “como mico en pampa”, “sin pan ni pedazo”, tal como rezan estos trascendentales refranes.
El individuo de marras había perdido la cabeza, en vez de andar a la caza de la delincuencia que aumentaba su poderío dañoso y causaba enorme alarma social, según daba cuenta la prensa del medio y a nivel nacional; él estaba más interesado en los insensatos menesteres de los amores prohibidos. Era el asintomático y aberrante comportamiento de quien a pesar de los avatares propios de su desorden afectivo, psicológicamente está predestinado a victimizar a féminas honradas.
El afectado se propuso hacer uso de su derecho a la denuncia por la anómala y difícil situación que estaba atravesando, lo que se tornaba en un asunto de dignidad agredida a causa de las insólitas actitudes del chacal; pero más pudo el amor que le profesaba a Azucena, y reflexionó sobre las repercusiones que podían sobrevenir en contra de ella, dado que como se dice popularmente, “la cuerda podía cortarse por el lado más delgado”. Hizo una improvisada hoguera y lanzó como se dice “al fuego del olvido” su libelo de denuncia y los documentos habilitantes que daban fe probatoria de lo acontecido. Parecería entonces como si el amor se había subyugado a la impunidad. Sin embargo de aquello, tenía al convencimiento de que sí hubiese sido posible lograr sanciones disciplinarias para el concupiscente sujeto; mas al limar las serias desavenencias mantenidas con su consorte por la intromisión del chacal en sus relaciones bien llevadas y equilibradas en el hogar, optó por lo más sublime y honorable que puede poseer un ser humano, aceptar las aclaraciones y sinceras disculpas y el firme compromiso de la lealtad de Azucena, quien le narró con lujo de detalles la veracidad de lo sucedido, y quedó demostrado que el chacal había hecho uso y abuso de su venal jerarquía.
Las aguas volvieron a su cauce, los asuntos nupciales retomaron nuevos rumbos, y lo que estuvo al borde de la catástrofe como una nave al garete sobre un mar borrascoso, se atenuó nimbándose de positivas propuestas, y además estando de por medio la experimentada ayuda psicológica, la doctora Salazar hizo bien su trabajo profesional y vinieron saludables resultados.
Pero el chacal seguía ahí, con su rostro de loco suelto, mirando para que lado podía volver a lanzar el anzuelo de su poder, se sabía dueño absoluto de las situaciones, que hasta hizo creer a todo el mundo de que se iba definitivamente hacia otros lares, donde con toda seguridad continuaría en su estrafalaria campaña desprovista de toda ética.
En efecto, el tipo desapareció por las encumbradas estribaciones andinas, por donde erupciona de cuando en vez el coloso “Guagua Pichincha” bañando de cenizas a la gran Ciudad, pero a la vuelta de la esquina, se lo vio reaparecer en el septentrional escenario de sus viciados actos lascivos, cargado de “honores” y nuevo rango:
el chacal había sido ascendido al grado superior, y disfrutaba teniendo la sartén por el mango, se sentía airoso y triunfador, creyó haberles echado sucio a los ojos a quienes le seguían los pasos de sus desatados instintos libidinosos.
Al primer día de su regreso se paró de modo desafiante enfrente de sus subalternos y prevalido de sus nuevos poderes, le pasó revista a la tropa.
El pueblo uniformado se asombró, puesto que los ojos del chacal insinuaban luzbélicos propósitos.
La agente Ursula Candelaria, en tono sobrecogedor, como esbozando un secreto a voces, exclamó:
- ¡Qué Dios me libre de ese engendro del demonio!
El Chacal con su cara de bobalicón y mosca muerta, ascendió con ovaciones, celebración y brindis con champaña barata.
No ascendió a los cielos, se quedó plantado muy orondo con los pies sobre la tierra, y como una especie de judío errante lleva el 666 sobre su conciencia. EL ITER CRIMINIS le señala el rastro sombrío de su lujuriosa existencia, y a lo mejor más tarde que nunca, será presa de sus transfugosas actitudes. Sólo habrá que darle tiempo al tiempo, porque suena muy filosófico y premonitorio decir que: “No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague”.
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