EL COMERCIO
Los cuerpos de los hermanos Jorge y Édgar Giler fueron enterrados en La Concordia, en Esmeraldas.
Ellos fueron abaleados junto a otras dos personas el pasado miércoles, en el billar Popeye El Marino. El velatorio se realizó el viernes en una hacienda ubicada en el recinto Palma Azul, en la vía a San Jacinto del Búa.
Allí se instaló una capilla ardiente en la sala. Ayer, a las 11:00, se realizó la misa de réquiem. El traslado de los restos mortales se efectuó hacia el cementerio San Pedro de Laurel.
Judith Arteaga, esposa de Édgar Giler acudió al entierro con su hijo de casi un año de nacido. Pidió a las autoridades que se detenga a los responsables del crimen. Ella contó que su cónyuge laboraba para un comerciante de colchones. “Su responsabilidad era el cobro y comercialización”, refirió.
Trabajaba junto a otro compañero que también falleció en el local. Se trata de Fernando Aquilino. El pasado viernes, a las 16:00, los familiares de Cedeño emprendieron una caminata fúnebre hasta la iglesia y cementerio de la Cooperativa Ecuador Libre. En el recorrido se escuchó la canción ‘Nadie es eterno en el mundo’, colocada en los parlantes de un automóvil.
Gabriel Proaño, sobrino del abaleado, aseguró que existe un testigo clave que podría ayudar a esclarecer el crimen.
Dijo que otro compañero de trabajo de su tío, que también se dedicaba al cobro por la venta de colchones, estuvo presente cuando los desconocidos ingresaron al billar y terminaron con la vida de los cuatro hombres.
Se trata de Juan N. Según Proaño, la noche del pasado martes, él pernoctó en el interior de una camioneta frente del billar y observó cómo se desarrolló el asesinato. Juan N. habría contado al sobrino de Cedeño que a las 03:00 del último miércoles, llegaron cuatro individuos a bordo de dos motocicletas.
Dos de ellos se habrían bajado con armas de fuego en la mano; ingresaron al local y dispararon contra los comerciantes.
Juan N., dice Proaño, escapó del lugar tras constatar lo ocurrido y ahora permanece en la clandestinidad por temor a represalias. Proaño presume que se trató de robo y asesinato, porque su tío cobraba a diario alrededor de USD 3 500.
“Es posible que ya lo hayan estado siguiendo para quitarle el dinero a él y a sus compañeros”. Los fallecidos solían ir al billar para cuadrar cuentas con su jefe: Gregorio Zamora, quien también fue abaleado. Su cuerpo fue trasladado a Guayaquil.
El hombre era dueño del billar y de dos almacenes dedicados a la comercialización de colchones en La Concordia. Tenía clientes en Santo Domingo, El Carmen (Manabí) y Puerto Quito (noroccidente de Pichincha).
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