domingo, 28 de marzo de 2010
Editorial: INTEGRACIÓN
Por: Guillermo Muñoz
Uno de los acuerdos a los que llegaron Venezuela y Colombia en el marco de la Cumbre del Grupo de Río, es abstenerse de hacer declaraciones ofensivas hacia el otro país, lo que facilitará la tarea de mediación eficaz de los dos países.
Los jefes de Estado, Uribe y Chávez, procesaron episodios implícitos tirantes y de frágil madurez diplomática. El presidente colombiano reclamó al mandatario venezolano por el “embargo comercial” que hiciera a Colombia, y la contestación de Chávez fue, que desde Colombia querían asesinarlo, insinuando que Uribe tendría algo que ver con ello. Acusación indirecta, grave e inoportuna, frente a un reclamo bilateral concreto y puntual sobre las restricciones comerciales con Colombia, producto de las relaciones Colombo-Estadounidense, el gobierno de Venezuela, rompió las excelentes relaciones comerciales que por historia han tenido las dos naciones.
En otro momento de la discusión, Chávez iba a retirarse del lugar, cuando Uribe, le dijo: que fuera “varón” y que discutiera de frente en lugar de “insultar” a la distancia, a lo que el presidente venezolano respondió, mandando al “carajo” a Uribe, según lo que trascendió de aquel encuentro.
Estas escenas reales de dos presidentes latinoamericanos, Uribe y Chávez, para las presentes y futuras generaciones y pueblos hermanos, constituyen un mal precedente, que distan de la excelencia diplomática, de la sensatez política representativa, del anhelo de integración latina, de la ética y respeto a la comunicación racional y a la buena vecindad histórica de los pueblos latinoamericanos.
La actitud confrontadora, populista e inmadura de los líderes, acarrea división, siembra odios, destruye el respeto y la solidaridad de los pueblos y retrasa el proceso de desarrollo y crecimiento de las naciones. Es necesario aprender de la historia, como página patética, el recuerdo crudo y miserable que por años dejo la enemistad y violencia entre Ecuador y Perú, y que ahora igual destino corre la suerte con Colombia, que esa experiencia primitiva, conlleve una seria reflexión de no volver a sembrar odio y agresión entre pueblos hermanos.
A esta altura de la civilización humana, la actitud ética y solidaria, debe servir como instrumentos de edificación de manera inteligente, respetándonos en la diversidad y anclándonos en la integración por la igualdad, justicia y libertad del ser humano, porque las ideologías jamás subestimarán a los principios universales de la dignidad del hombre.
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