jueves, 23 de junio de 2011

REFLEXIONES DE OSCAR ARIAS
EXPRESIDENTE DE COSTA RICA

Por: Guillermo Muñoz T.
 
Los gobernantes latinoamericanos en toda la historia, cuando se reúnen con un Presidente de los Estados Unidos, siempre exponen quejas y pedidos, y siempre emiten discursos culpando a Estados Unidos de todos los males del pasado, presente y hasta del futuro. Si revisamos las páginas de la historia, se afirma que América Latina tuvo universidades antes de que Estados Unidos lo tuviera; asimismo, no podemos olvidar que hasta el año 1750, todos los países del mundo, incluido Ecuador, eran por igual pobres.

Con la Revolución Industrial en Inglaterra, varios países se integraron a esa corriente de gran expectativa económica, entre ellos Alemania, Francia, Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, pero esta Revolución Industrial al pasar por América Latina nadie la tomó en cuenta, y perdimos en ese entonces la oportunidad de la era de la industrialización.

Asimismo, hace 50 años, México era más rico que Portugal. En 1950, un país como Brasil tenía un ingreso per cápita más elevado que el de Corea del Sur. Hace 60 años, Honduras tenía más riqueza per cápita que Singapur, y hoy Singapur, en cuestión de 35 ó 40 años, es un país con US$ 40.000 dólares de ingreso anual por habitante. De ahí que, algo hicimos mal o no hicimos los latinoamericanos.

Nos preguntamos los latinoamericanos ¿Qué hicimos mal? Por ejemplo, Estados Unidos y Canadá, tienen la mejor educación del mundo, similar a la de los europeos. En América Latina de cada 10 estudiantes que ingresan a la secundaria solo termina uno. Hay países que tienen una mortalidad infantil de 50 niños por cada mil, cuando el promedio en los países asiáticos más avanzados es de 8, 9 ó 10 máximo.

Los latinos tenemos países donde la carga tributaria es del 12% del producto interno bruto, y no es responsabilidad de nadie, excepto la nuestra, que no le cobremos dinero a la gente más rica de nuestros países. Nadie tiene la culpa de eso, excepto nosotros mismos.

En 1950, cada ciudadano norteamericano era 4 veces más rico que un ciudadano latinoamericano. Hoy en día, un ciudadano norteamericano es 10, 15 y hasta 20 veces más rico que un latinoamericano. Eso no es culpa de Estados Unidos, es culpa nuestra, es culpa de nosotros los latinoamericanos.

Pero ¿Quién es el enemigo nuestro? El enemigo nuestro, es desigualdad, es la  injusticia social, es la falta de educación, es el analfabetismo, es la falta de inversión en salud, en infraestructura básica, en caminos, carreteras, puertos, aeropuertos, en detener la degradación del medio ambiente, el respeto a las libertades y la falta de una democracia participativa.

Entre otros aspectos, debemos descifrar que el 9 de noviembre de 1989 pasó algo muy importante, al caer el Muro de Berlín y que el mundo cambió, que éste es un mundo distinto y que no podemos seguir discutiendo sobre ideologías, que cual es el mejor entre el capitalismo, socialismo, comunismo, liberalismo, neoliberalismo, social cristianismo y más corrientes, cuando los asiáticos encontraron un “ismo” muy realista para el siglo XXI y el final del siglo XX, que es el pragmatismo.

Para solo citar un ejemplo, recordemos que cuando Deng Xiaping visitó Singapur y Corea del Sur, después de haberse dado cuenta de que sus propios vecinos se estaban enriqueciendo de una manera muy acelerada, regresó a Pekín y dijo a los viejos camaradas maoístas que lo habían acompañado en la Larga Marcha: “Bueno, la verdad, queridos camaradas, es que mí no me importa si el gato es blanco o negro, lo único que me interesa es que cace ratones”. Y si hubiera estado vivo Mao, se hubiera muerto de nuevo cuando dijo (Deng) que “la verdad es que enriquecerse es glorioso”. Y mientras los chinos hacen esto, y desde 1979 hasta hoy crecen a un 11%, 12% y hasta un 13% anual, y han sacado a más de 300 millones de habitantes de la pobreza, nosotros los latinoamericanos seguimos discutiendo sobre ideologías que tuvimos que haber enterrado hace mucho tiempo atrás.

La buena noticia es que esto lo logró Deng Xioping cuando tenía 74 años. Los presidentes latinoamericanos, ninguno de ellos se aproxima a esa edad de los 74 años. Por eso, Oscar Arias, llamó a los presidentes actuales de América Latina a que no esperen cumplir esa edad para hacer los cambios que se debe hacer ahora en América Latina. Y nuestras autoridades santodomingueñas, que son mucho más jóvenes, actúen con sabiduría y prontitud, porque no hay tiempo para seguir culpando y descalificando a la oposición, a la partidocracia o a los gringos de vuestros errores o limitaciones administrativas.

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