domingo, 1 de agosto de 2010

EDITORIAL: No lo eche

Por: Emilio Palacios
EL UNIVERSO

¿Vieron la cadena sabatina de ayer? ¿No? Pues hicieron bien. La salud del alma también necesita cuidado. A mí me causó un dolor anímico espantoso. Casi hacia el final, el Presidente de la República, para desacreditar a la gente que protesta en Esmeraldas, había ordenado que pasen un video en el que supuestamente se vería a un sacerdote llamando a la población a las armas, o algo así (no acostumbro grabar las cadenas así que cito solo de memoria).

Pero las imágenes se sucedían y nada. La pantalla mostró a una multitud protestando, personas que reclamaban por La Concordia, estudiantes de colegio marchando y gente enfurecida. En todo caso, mucho enojo con el Gobierno pero ninguna convocatoria a la insurrección. No dudo que las imágenes que pidió Correa andaban por allí, pero alguien las habrá extraviado sin querer.

Entonces ocurrió: el Jefe enfurecido, casi a gritos, ordenó que despidan al responsable. Me lo echan, me lo botan. El auditorio enmudeció. El equipo presidencial, más confundido aún, se hizo nudos para encontrar el maldito video desaparecido, y nada. Me lo despiden, se escuchaba una y otra vez.

Me lo despiden. Es mío. Los empleados son míos. Así piensan algunos jefes. Por eso nunca ordenan: “Que se retire”, ni siquiera “despídanlo”, sino “me lo despiden”. Es mío y hago con él lo que quiera.

Lamentablemente en Ecuador todavía hay empresarios que creen que la mano de obra es un objeto descartable, no seres humanos. Así que no admiten ningún error, ni el más mínimo. Entiéndanme bien, no estoy haciendo demagogia, no estoy diciendo que una empresa no pueda deshacerse de su personal. Ocurre sobre todo cuando las condiciones económicas obligan a reducir costos (como los dos últimos años). También, cuando el empleado demuestra claramente no estar a la altura de su responsabilidad. Pero un error es otra cosa; cualquier ser humano los comete, hasta Correa.

Todos los economistas, de derecha o izquierda, coinciden en que la bajísima productividad de nuestra mano de obra es uno de los mayores problemas económicos. Personalmente estoy convencido de que es el mayor problema del país. De allí se derivan todos los demás: atraso, pobreza, ausentismo, corrupción, y hasta la demagogia y la decadencia moral. Pero revertir ese déficit nos costará tiempo y muelas, porque ningún gobierno lo ha intentado. Los de derecha se preocuparon solo de incentivar a los empresarios y los de izquierda en cómo repartir una riqueza que no existe entre los pobres. Ninguno se dio cuenta de que la mayor obra que podrían hacer es elevar sustancialmente la productividad de los trabajadores, para que se cometan menos errores y se paguen mejores sueldos. Mientras no lo hagan, los presidentes no deberían reaccionar de ese modo si su gente falla alguna vez.

Presidente, yo sé que usted no me quiere, y aún así me atrevo a pedírselo: no eche a ese colaborador, primero averigüe sus antecedentes, estoy seguro de que fue un error involuntario, y seguramente por primera vez. No lo haga por mí, hágalo para no perder más popularidad y votos. Después de todo eso es lo que a usted más le interesa, ¿verdad?

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