Emilio Palacio
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Antes de irse de vacaciones, Rafael Correa dejó ordenando que sancionen a los rectores de los colegios de Esmeraldas cuyos alumnos desfilaron para que La Concordia no se separe, a pesar de que los chicos declaran haber asistido de manera voluntaria y sus padres los autorizaron.
No veo por dónde esa conducta sería una manipulación política. Opinar así no convierte a los adolescentes en militantes de izquierda o de derecha, en correístas o anticorreístas.
¿Se imaginan ustedes al Gobierno de España sancionando a los rectores de los colegios catalanes que constantemente reúnen a sus alumnos para recordarles que ellos son una nación aparte? Opinar sobre los límites de una provincia o un país no es un asunto de política partidista sino de actitud cívica, por lo que admite la participación de hasta los menores de edad (siempre y cuando sus padres los autoricen).
En cambio, no sé si todavía recuerdan a Correa y a su ex ministro de Educación cuando convocaron a muchachitos del colegio Luciano Andrade Marín de Quito para que contemplen sentados en primera fila (como si fuese una película, pero sin canguil) cómo ahora se manda a la gente a la casa del palo transversal de los veleros, y no desde un arrabal sino desde el salón principal del Palacio de Carondelet. La intención, por supuesto, era que los chicos aprendan y repitan, aprovechando que los mandatarios serán siempre ejemplo (bueno o malo) para la juventud.
Correa es así. Un día las prostitutas no son prostitutas sino trabajadoras sexuales porque lo dicen las encuestas. Entonces almuerza con ellas, sonríe con ellas para la foto y las afilia a Alianza PAIS; pero luego el poeta Javier Ponce le cuenta que algunos diarios, no todos, publican anuncios de esas horrorosas damas del trabajo sexual. Entonces Correa descubre que nunca fueron trabajadoras sexuales sino un pésimo ejemplo para la juventud, por lo que hay que perseguirlas e impedirles que consigan clientes.
Volviendo a las vacaciones del Presidente, otra más que ustedes ya conocen: me refiero al reiterado cuento de las tortillas de verde, la guatita y el bolón. Resulta que regresa a Quito y alguna extraña brujería neoliberal le cambia el gusto y entonces prefiere la nouvelle cuisine de su chef belga. Ahora mismo se estará dando el gusto porque en Europa no tienen indios que te gritan “imbécil” ni conocen el yaguarlocro o las empanadas de morocho.
Cuando yo era chico se hizo muy popular en América Latina una tira cómica argentina del genial Guillermo Devito, ‘El otro yo del Dr. Merengue’, el típico dos caras que tantas veces nos toca encontrar. No sé en qué momento el Dr. Merengue se escapó del papel y se nacionalizó ecuatoriano. Quizás Kintto Lucas lo ayudó.
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