domingo, 3 de abril de 2011

La oferta y la demanda

Por: Francisco Febres Cordero
DIARIO EL UNIVERSO
¡Qué inteligente ques el excelentísimo señor presidente de la República! ¡Qué buen economista! Ni qué Einstein. ¡Ay no!, qué bruto, si Einstein no creo que era economista. Pero, por eso mismo, el Correa es mucho mejor porque en vez de pasar el tiempo en la teoría de la relatividad, ha descubierto una ley mucho menos relativa llamada de la oferta y la demanda, que va a revolucionar la economía. No pues la economía mundial, sino la suya.

¿Se acuerdan de que puso un juicio por cinco millones contra el Banco Pichincha? ¿Y se acuerdan de que dijo que si ganaba iba a donar el valor a un orfanato? Total recibió seiscientos mil dólares y no volvió a pensar en los huerfanitos, que se quedaron más pobrecitos de lo que eran antes. Y masmejoresmente esa plata la mandó a Bélgica. Ojalá les haya llegado a los huerfanitos de allá, que tanto la necesitan. Pero como el Correa no ha dicho nada, tal vez esa platita le ha de beneficiar a él cuando se quede huerfanito de poder. ¡Qué ternura!

Después comenzó a estudiar, como gran economista que es, por dónde iba el mercado, hasta que resolvió que la oferta estaba en los medios de comunicación: al periodista que dice cualquier cosa contra él, le demanda y con eso puede ir incrementando su fondo de orfandad, que seguirá enviando a Bélgica. ¿Dirán si no es genial el descubrimiento de su ley? Es que, ¡cómo balancea la oferta con la demanda!

Y así, poco a poco, va fijando la tarifa, lo cual es otro gran descubrimiento. No pues para él, sino para nosotros, porque solo así podemos saber el valor de la demanda. Por un libro, por ejemplo, son 10 millones de dólares. Por un artículo en internet, 20 millones. Por un artículo impreso, 10 millones. Por ser dueños de medios, 80 millones. Y así va acumulando ad futurum (como decimos los economistas) una fortuna que llega hasta ahora a los 500 millones.

Lo bueno es que los jueces le van a dar la razón en sus demandas porque nadie tiene derecho a ofender la majestad del excelentísimo señor presidente de la República que se cree, ¿cómo les explico?, igual que dios y, por eso mismo, merecedor de todos los tributos y todos los honores. ¿Quién se atreve a mancillar el honor de Dios? Eso tiene que quedar bien claro: a los dioses, ni con el pétalo de una rosa. Y como es dios, él sí, desde su suprema sabiduría y su suprema justicia, está en la potestad de condenar a los hombres, que somos todos; además, como hombres que somos no tenemos derecho al honor ni derecho a la honra, ni a nada mismo.

Por eso, si el excelentísimo señor presidente de la República llama a alguien enano, escoria, limitadito, imbécil, basura, idiota, ignorante, cara de estreñido, está bien llamado. Pero ¡ay! de quien se atreva a decirle a él cachetón, por ejemplo. Se fregó, porque con solo eso le ofertó la posibilidad de aplicar la ley de la demanda.

Lo bueno es que, por esa ley, ahora ya sabemos por cuánto nos puede demandar: si le decimos hipócrita, 10 millones; si le decimos care’tuco, 5; desequilibrado por la codicia, 8; loco furioso, 12; mediocre, 6; estúpido, 2. Y así.

O sea irán ahorrando desde ahora, por siaca mañana a ustedes les provoque decirle algo. Verán que les advierto.

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