viernes, 4 de septiembre de 2009

Colegas, tengan cuidado


Por: Rubén Darío Buitrón.


Colegas reporteros. Editores. Periodistas. Articulistas. No se atrevan a hacerlo. ¿Acaso ignoran que las leyes prohíben expresamente juzgar a las figuras sagradas?

¿Cómo es posible que desconozcan que no es permitido siquiera realizar encuestas acerca de la popularidad y, peor, de la credibilidad de Su Majestad?

Recuerden que esa actitud no es políticamente correcta.

¿Juzgar al Rey? ¿Cómo se les ocurre? ¿Han olvidado tan pronto aquella experiencia del semanario que hace dos años, un día de diciembre, se atrevió a preguntar a sus lectores quién era el personaje más popular del 2007?

Para muchos fue una ofensa, porque el elegido no fue el Rey sino un ciudadano cualquiera que luchaba para que se transparentaran los hechos y los responsables de los años más oscuros del poder político en el país.

¿Lo recuerdan? Quizás no, porque poco tiempo después ese semanario desapareció. O lo desaparecieron. Es una estrategia eficaz para contribuir a la amnesia generalizada como herramienta indispensable para reinaugurar, cada vez, las esperanzas.

Celebrar el ascenso al trono de Su Majestad tampoco es un argumento para que los medios de comunicación decidan, sin permiso de las autoridades gubernamentales, evaluar su gestión o poner en escena sus fortalezas y debilidades.

¿Que el 91 por ciento de ciudadanos está a favor? ¿Qué el 51 por ciento lo considera democrático? No. Ni siquiera importa que el sondeo resulte abrumadoramente favorable al Rey, porque ni él ni las leyes sagradas aprobadas por él conciben que se les critique y, peor, que las encuestas demuestren que un porcentaje de ciudadanos, por mínimo que fuera, no aprueba lo que está haciendo al frente del Gobierno.

¿Someter al Rey al escrutinio popular? ¿Permitir que la gente común exprese su criterio?

¡Por favor! Desde su instauración, la Monarquía ha sido categórica en su decisión de que no puede ser objeto de debate, deliberación, cuestionamiento, escrutinio o pedido de rendición de cuentas. Si ustedes ya lo saben, ¿por qué se arriesgan a que el Rey los fustigue públicamente u ordene su enjuiciamiento y prisión? ¿Para qué tanta temeridad si esta solo conduce a la censura, la clausura o el exilio? ¿Qué sentido tiene provocar a la Monarquía al punto que la Policía se vea obligada a allanar las imprentas y secuestrar más de 100 mil ejemplares de las ediciones que pretendían salir a las calles con los resultados de la encuesta sobre la gestión de Su Majestad?

No, no se atrevan. Diez años después del ascenso al trono del rey Hasán II, todos ustedes, colegas -periodistas, editores, articulistas-, deberían tener muy claro que en una monarquía fundamentalista, aunque se califique como democrática, es un delito hacer periodismo.

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