jueves, 17 de septiembre de 2009

El delator legisla

Si la Ley de Comunicación regía cuando Rolando era audaz reportero, jamás habría podido denunciar el crimen a Consuelo Benavídez.





Por Carlos Vera Rodríguez

EL COMERCIO

Lo contó él mismo, ufano; lo recogió EL COMERCIO, preciso: dejaba encendido subrepticiamente su teléfono celular para que Correa escuche a sus colegas y compañeros, durante las sesiones reservadas de una comisión legislativa en la Constituyente de Montecristi. Así comprobaba su patrón quiénes no le eran incondicionales aunque permanecían fieles.

El delator fue bien premiado: encabezó la lista para asambleístas por Guayas, aunque en 2006 se había contactado para lo mismo con Nebot y Gutiérrez. Hace dos meses logró incluso el apoyo de quienes había delatado para elegirse segundo vicepresidente de la Asamblea. Allí sentado prolonga debates para sentirse importante cuando Fernando Cordero e Irina Cabezas le encargan una sesión… Ahora aparece como autor de la Ley Rolindo; hace de biombo para cubrir la desnudez de Correa y sus censores en artículos que nos llevan de Guatemala a Guatepeor.

Rolando Panchana es la mejor marioneta que pudieron conseguir los titiriteros de Carondelet, aunque contaban en su bloque con periodistas partidarios del intervencionismo estatal (Pilar Núñez y Paco Velasco) sin necesidad de fingir condescendencia democrática. Si la chavista Ley de Comunicación regía cuando Rolando era audaz reportero investigativo, jamás habría podido denunciar el crimen de Consuelo Benavídez, entrevistar al testigo de la desaparición de los hermanos Restrepo ni conseguir cárcel para un profesor violador de menores.

Los marinos torturadores, los policías asesinos o el maestro abusivo lo mandaban a prisión a él, insatisfechos con “los términos del derecho a la réplica”. Conseguían por lo menos que enmudezca respecto a ellos sin necesidad de matarlo… ¡por mandato legal, hasta que un juez dicte sentencia, aplicando su proyecto actual!

Este lambón de Correa esgrime 17 años de experiencia profesional como aval de su engendro, pero en realidad enloda más su trayectoria. Se proclama adalid de camarógrafos, editores y periodistas maltratados. Yo que conozco bien su pasado, me río. Tinterillo de escondidos escribanos, la televisión descubre sus patrañas en la mirada esquiva, el rictus nervioso, el gesto histriónico y el argumento contradictorio: “esta no es una ley reguladora; el Consejo de Comunicación e Información regula…”, se le escapó el martes 15, a las 08:30, en Telerama ante Fernando Correa. No entiende lo que defiende pues lo redactaron otros. Promueve como logros lo conquistado y consagrado como lucha en leyes vigentes.

La comunicación necesita desde hace años una regulación democrática y moderna, pero no esta camisa de fuerza embadurnada con 2 ó 3 avances para ocultar un gigante retroceso. Al Presidente no cabe darle potestad única para definir una materia en la cual es ignorante.

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