domingo, 19 de septiembre de 2010

Miserables


Por: Francisco Febres Cordero

Miserables llamó el alto funcionario oficial a los dos periodistas que, luego de un trabajo tan meticuloso como extenuante, desentrañaron los contratos entre Fabricio Correa y el Estado. Miserables, porque se atrevieron a hurgar allí donde está vedado, allí donde se fraguan los grandes negociados que antes eran solo propios de la partidocracia y ahora parecen ser de todos.

Miserables son esos periodistas que no aceptan con ciega, perruna fidelidad, las palabras del oficialismo, sino que las cuestionan. Su actitud los sitúa al frente de aquellos revolucionarios que adjudican mañosamente contratos estatales y exigen un porcentaje por la firma, en una práctica que, según se sabe, va extendiéndose. Ejemplo y prez de revolucionario fue ese ministro del Deporte que construía al buen tuntún canchas y estadios acompañado por dos asesores comecheques, figuras que han pasado a ser emblemáticas de la revolución que está en marcha: en marcha hacia la satisfacción de apetencias personales, en marcha hacia los ahora asfaltados caminos de la corrupción, en marcha hacia el cinismo, camuflado bajo la tesis de un “proyecto” insondable.

Miserables son aquellos que, con independencia, hablan a pesar de que saben que luego recibirán una avalancha de insultos presidenciales en esos interminables enlaces en que, a pretexto de informar al pueblo sobre sus realizaciones, no olvida escarnecer a sus detractores y descalificar cualquier pensamiento que no sea el suyo.

Revolucionarios son aquellos que anuncian con exacta precisión los días que faltan para que Teleamazonas tenga que ser vendida, pero nada dicen del tiempo que resta para que los medios incautados por el Estado dejen de estar en poder del Gobierno, al que sirven con singular obsecuencia. Si antes esos medios incautados estaban en manos de banqueros corruptos que los utilizaban para sus bastardos intereses, ahora, financiados con dineros públicos, se usan para atacar a los enemigos del régimen, descalificar a la prensa de manera calumniosa y burda, difundir con espantable dispendio la obra oficial y colocar sobre la cabeza del Presidente esa aura que lo eleva, sobre el altar de la historia, a la categoría de fundador de una república en que antes que impusiera su voluntad omnímoda nada existía: ni cultura, ni educación, ni política, ni ideas.

Miserables son aquellos que no bajan la cabeza ante las muchas e incesantes truculencias que se fraguan en esa Asamblea de mentirijillas y que, abismados por las leyes que se redactan en la presidencia de la República y que luego se ponen en vigencia a espaldas de quienes deberían aprobarlas, revelan la autocracia que nos rige. Revolucionarios son aquellos que, prevalidos de una mayoría conseguida con prebendas, arrasan con normas y procedimientos y, a la hora de votar, lo hacen según la disposición recibida por quien preside el cónclave, convertido en amanuense, mensajero y lacayo del presidente de la República.

Miserables, según la terminología impuesta por el oficialismo son, en fin, los que salen a las calles a levantar el puño y protestar. Revolucionarios son aquellos que recorren esas mismas calles con sirenas y numerosa escolta para acudir al Palacio de Gobierno y recibir, cabizbajos, silenciosos y sumisos, las órdenes del mandamás de turno.

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