Pérdida de la vergüenza
Francisco Febres Cordero
El ambiente está cargado de cinismo. Es como si se hablara no solo desde la prepotencia, sino también desde la impudicia.
La práctica de negociados, existencia de sobornos y coimas no está exclusivamente en la boca del hombre común sino que también se publica en los medios de comunicación, aunque tiene como única respuesta el descrédito: la prensa que los desenmascara es la corrupta.
Se otorgan contratos a dedo a empresas constituidas al vaivén de los intereses inmediatos, ante la impasividad de las autoridades de control y del Congreso: todo ha sido realizado según las nuevas normas revolucionarias y, por lo tanto, va en beneficio del pueblo.
Se muestran los funcionarios ante sus mandantes en sus nuevas viviendas localizadas en los sectores más exclusivos, que reemplazan a las que antes habitaban. Las nuevas tienen eso que el excelentísimo señor presidente de la República tanto detesta: piscina, jacuzzi, sauna. Otros ocupan amplios y lujosos departamentos. Y ya nadie se admira: es la oportunidad que ofrece la revolución a sus cuarenta conmilitones para que pasen a engrosar la lista de nuevos ricos, según la precisa descripción de Mónica Chuji.
Viajan en el avión presidencial diputados con sus esposas, hijos y nietos, y nadie se escandaliza: son revolucionarios tan aguerridos que ni siquiera se sonrojan luego de sus abusos.
Las caravanas oficiales que se trasladan al exterior son numerosísimas y frecuentes, pasean a discreción y se hospedan en hoteles de cinco estrellas, algo que a nadie asombra: los turistas son revolucionarios.
Los funcionarios oficiales usan vehículos de lujo y van acompañados de escolta. La gente trata de adivinar quién es aquel que se esconde en esos autos que, con vidrios oscuros, tiene una apariencia siniestra y pasa raudo por carriles prohibidos para el tránsito. Pero nadie se extraña: sus ocupantes son revolucionarios.
Los sueldos de periodistas, asesores y funcionarios alcanzan cifras insólitas, a las que se suman viáticos y otras graciosas bonificaciones; varios de ellos tienen dos o tres cargos y, además, otros los llenan con sus cónyuges y parientes cercanos. Y está bien: ellos no solo son pregoneros de la revolución sino sus más obsecuentes defensores, sin ningún pudor ni ética.
Y todo envuelto por la neblina del miedo: miedo que a la denuncia sigan la persecución, la venganza, la acusación de terrorismo, el juicio millonario, las sentencias dictadas por magistrados golondrinas, según la exacta definición de la jueza Jiménez.
Y todo envuelto en la neblina del secreto, del espionaje, de la labor de “inteligencia”, de unos infiltrados cuya presencia fantasmal pone a temblar a los más débiles.
También para nosotros tanto abuso y tanta corrupción que vemos, que palpamos, que sentimos, “es evidente, aunque no demostrable judicialmente”, para usar las palabras del excelentísimo señor presidente de la República relacionadas con la compra obligada de renuncias. Palabras, obviamente, sacadas de contexto y publicadas por la prensa corrupta, en esta hora en que todas las aberraciones del poder parecen posibles, las mentiras se convierten en verdades y la vergüenza es un término que la práctica dictatorial ha dejado en desuso.
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