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Se ha puesto de moda entre cierta prensa y en el vocabulario oficialista aquello del “poder fáctico”, para justificar atroces violaciones de la legalidad, brutales actos de autoritarismo e insultos de todos los calibres. Incluso se utiliza la frase para validar el uso del poder como instrumento de venganza política o pase de cuentas. Unos “poderes fácticos” contra los que luchan los correístas, a los que no identifican con nombres y apellidos, porque es preferible mantenerlo todo en una nebulosa.
Sin embargo, la experiencia diaria nos dice que el “poder fáctico” que se padece tiene otros rostros, otras maneras de ejercer el control e influir políticamente. Un “poder fáctico” el que sufrimos, extrañamente legitimado por importantes votaciones y triunfos electorales, algunos de ellos un tanto forzados y apuntalados por el empleo y abuso de los recursos estatales.
Un “poder fáctico” que utiliza contra sus adversarios la amenaza, el miedo, el amedrentamiento y la persecución por todos los medios a su alcance.
Que sabe crear una atmósfera de violencia verbal e ideológica, y no vacila en pasar a la represión y la violencia física, que sabe ocultar con cínica habilidad.
Que va controlando paso a paso los recursos vitales o estratégicos, la sociedad y la economía. Un “poder fáctico” que busca, con laborioso afán, acorralar y luego destruir liderazgos e individualidades adversos, y transformar a los ciudadanos en una masa a la cual moldear a su antojo con las armas del adoctrinamiento y la tergiversación de su propia historia.
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