Papá Roncó, un baluarte musical de los afros, sigue con sus ritmos para vivos y muertos. A la espera aún de un reconocimiento.
EL TELÉGRAFO
Borbón, la que en el pasado fue conocida como tierra de los zambos, alberga danzas y decepciones. Se encuentra en medio de Esmeraldas, la república verde que contrasta con su población de “negros, bien negros, desde la sangre todos negros”. Los mismos “negros” que después de “el ritmo y la fiesta”, vuelven a su realidad: “pobres, aunque contentos”.
La voz que describe esa población es la de Guillermo Ayoví, también conocido como Papá Roncó, que es como el alias del patrono de la marimba. Es aquella “chapa” la que le ha permitido ganar “cualquier cosita”, pero que nunca basta. A punto de cumplir sus ochenta años –este 10 de noviembre- se ha vuelto mordaz. Se cansa de que retóricamente los afros en Ecuador sean: marimba, bomba y fútbol. Realmente son como él: “una persona al fin y al cabo que necesita comer. Si no hay cómo uno se sienta en la hamaca, agarra la guitarra y canta. O agarra la marimba y baila. Todo se hace, con tal de olvidarse de la realidad”.
La suya la vive en una casa que sus propios visitantes, según cuenta, se han asombrado de ver. Mezcla de madera y cemento, sin lo suficiente de esto último y con bastante de lo primero.
Ahora mismo, cuando acaba de pasar el mes de la afroecuatorianidad, cuando su aniversario se acerca y cuando han transcurrido más de 30 días de que se firmó un decreto para combatir el racismo; a Papá Roncó le da indignación que él “y muchos otros negros con menos suerte” aún rocen la línea de pobreza en el país.
“Es que aquí (en Ecuador) no necesitamos que nos llenen de leyes, sino de sentido común”
Igual que él, que ahora tiene el cuerpo hecho un mapa por los bisturís que han pasado por ahí. Y por estos días, que de cuando en cuando visita Quito, nota que “el cuerpo rinde cuentas y no hay ni para pagarle con las medicinas”. Se queja, pero continúa. Si alguien lo visita apela a “un cariñito”, una salida que sabe no siempre le resulta, pero si no hay cómo dárselo “no hay que ponerse triste que con Papá Roncón no hay mayor tiempo para penas”.
Es así, la música y la gracia le permiten esquivar con garbo la realidad. “A la flaca” (la muerte) le hace la cruz del alejamiento, como cualquier mortal se la haría a un vampiro; y justo ahora, está con los difuntos de Borbón que desde su hogar ve. Va y les canta: Muerte que todo lo acaba, te van a seguir juicio, por la ley Ejecutiva / Que la cojan a la muerte y la echen a arder viva / Eres tú la del castigo, muerte sin alma y sin vida.
¿Y por qué le canta a la muerte con tanta gracia?
Ya me han dicho que no le cante porque dicen que así la llamo; pero no es cierto. Si a mí me encanta vivir. Vea, yo le doy gracias a Dios por haberme dado mi vida, que ha sido dura, pero buena. Le cuento bien cómo fue. Yo nací aquí no más al frente de Borbón en este lugar que se llama La Playita. Vengo de un hogar bien humilde y desde que comencé a crecer me di cuenta de que tenía que hacer mis saliditas para comer.
Entonces era menos que humilde.
Sí, o sea, si yo le digo humilde usted entienda como pobre bien pobre. Yo a los 12 años ya era empleado en las casas grandes que necesitaban que les lleve agua y yo les hacía ese trabajito. Y antes de eso yo me iba con mi papá a pescar. Él me enseñó con la katanga. Eso era como un cilindro donde se ponía la comida que era aguacate y a los dos o tres días iba y sacaba bastantes pescados y de esa forma vivíamos. Allí es que salían unos pescados que se llaman guacuco y en Guayaquil les llaman raspa balsa y yo pasaba y esos pescados hacían unos sonidos como de ronquido y yo les decía “los roncadores, los roncadores”. De allí fue que un amigo mío me puso “roncador” y yo lo odiaba, sin saber que iba a ser mi chapita con la que me conoce medio mundo. En Ecuador y fuera de él.
Claro, pero el “Papá” es otra historia...
Sí, eso fue cuando entraron los barcos de cabotaje de Guayaquil porque no había carretera y yo a los 16 entré a trabajar con el capataz de una cuadrilla que se llamaba Luis Laza y ya andaba por los 80 años. Entonces, como yo era un poco pilas, y ya conocía todos los pueblos cercanos, siempre me sentaba al lado de él para que sepa dónde se iba la mercadería. Cuando este viejito muere, se quedó la cuadrilla sin capataz y dijeron: “Roncón que coja el puesto”. Con solo sentarme en la sillita se formó el Papá Roncón y después le quitaron la ‘n’ y dejaron el Roncó.
Aquella katanga, con la que pescaba, igual luego la heredó como nombre su primer grupo. ¿Le puso así por su pasado?
Por dos cosas, porque yo fui pescador y porque Katanga es también un territorio africano y hay que reconocer las raíces. Ahora, esto de la marimba también tiene algo de indígena. Antes Borbón tenía una fiesta patronal que se celebraba los 23 de noviembre con los bailes populares y ahí se tocaba la marimba.
Al principio quien la tocaba era un veteranito que se llamaba Pancho Cuero. Su familia era Cayapa (la ahora conocida etnia Chachi) y yo con los Cayapas aprendí a tocar un poco la marimba porque acompañaba a don Pancho Cuero que sí era afro, pero tenía también el lado indígena y así pues hubo esa mezcla. Lo que pasa es que somos representativos los negros porque tenemos el baile y somos los que seguimos la tradición. Por ejemplo, yo cuando el señor murió seguí “pelilé, pelilé, pelilé” con la marimba y la gente a bailar se ha dicho y así me iba formando para convertirme en el maestro del instrumento.
Pero aquello de las raíces a usted no se le queda en la marimba. Las canciones que entona también tienen que ver con su etnia, su cultura...
Es que hemos sido los olvidados de la tierra, pero igual andamos por ahí poniendo ritmo donde sea y eso hay que dejarlo escrito. Mire yo, por ejemplo, en mi tiempo ¿qué se iba a hablar de educación gratuita ni pagada? Yo hice solo un año de escuela y a mí nadie me ve la cara.. mmmm no que no. Difícil es, porque ya he tenido la escuela de la vida y la universidad de la calle. Pero eso no significa que yo no pueda representar a mi pueblo. Verá que yo me he puesto a conversar con ingenieros, doctores y abogados y cuando me preguntan cuál es mi historia de estudios, les digo que no tengo, que yo no sé nada. Y ellos mismos me reconocen que eso no es cierto: usted sabe más -me dicen- usted es una muestra clara de su pueblo. Así es que mire, se aprende sufriendo, pero se aprende.
¿Y cree que lo mismo ha pasado con todos los afros?
Claro, yo tuve un poco de suerte por ser autodidacta. Todito lo que ahora sé de la marimba lo aprendí solo, igual que con la guitarra. Soy zurdo y nadie me quería enseñar a tocar y solo me tocó mirar cuando les compraba el aguardiente a los músicos. Esos no más eran mis momentos de aprovechar y aprender. Escuche a ver lo que sé:
El sol se vistió de luto cuando Celia Cruz murió/ las piedras lloraron la sangre, la tierra se entristeció / ya se nos fue nuestra reina, de la guaracha y el son / que repiquen los cununos las maracas y el tambor / ayayay si Celia no hubiera muerto, bailaríamos el son, pero como te nos fuiste andamos con el reggaetón...
Y sigue cantándole a la muerte de los suyos, los afros. Los que dice que “se las han jugado sin saber si los van a ignorar o a mirar”. Él prefiere que lo escuchen y lo bailen, tal como lo hace su nieta cuando oye los cantos fúnebres de su abuelo. Lo agarra, lo abraza, lo aplaude y le pide otra. Sin importar que esos ritmos también hablen de los que se fueron porque Guillermo Ayoví las elabora “para que la tierra no acabe de enterrar sus recuerdos”. Por eso a sus hijos se las canta siempre y si uno de sus 10 vástagos falta, pues ahí está su único amor: “la Grismalda. La prueba de que para saber respetar y amar no hay que ir a la escuela”. La misma mujer que lo ha acompañado a Limones, Guayaquil, Tokio, Estados Unidos, Francia, Venezuela, Colombia y “al rincón que él quiera con su marimbita”. Total, dice ella, se toca “afuera y adentro para representar a la patria porque Papá Roncó lo que dice es: ‘soy de Ecuador, toco por Ecuador’”.
Y los alumnos que le deja a Ecuador, ¿dónde están?
Están acá en Borbón, pero si los quieren ver les toca ayudarlos. No les harán como a mí, que hace dos meses me llamaron a tocar a Quito y la paga, vea (hace un gesto de vacío con sus manos), ni aparece. Si mi sueño era tener mi escuela y la tuve en un tiempo. Ya algunos de esos tocan y los invitan y bailan y todo. Pero ellos también han decidido estudiar otra cosa porque, claro, de esto no es que se puede vivir.
Pero usted sí ha intentado hacerlo.
Ahí está, pues, intento no más, no es que se pueda. Por eso yo sí prefiero que mis hijos hayan seguido sus estudios. Míreme a mí, a veces me agarra la nostalgia de verme así sin tener algo fijo como para estar tranquilo. Una jubilación sí tengo de cuando estaba en la cuadrilla, pero es poco. Y de ahí, nada. Para esto de los actores culturales no es que dan mucho apoyo que digamos.
Una vez que suelta esas palabras parte de su familia mete su opinión. Grismalda: “La verdad es que no se entiende porque siempre que toca afuera dice que es de Ecuador”. Carlos: “Hemos mandado cartas a todos lados para ver si apoyan que él tenga un sitio dónde enseñar lo que sabe y eso quede de herencia, pero no hay forma. Una vez vino ya el Ministro de Cultura y dijo que sí iban a dar un sitio, pero no sabemos, estamos a la espera”. Guillermo (hijo): “Ahora que está enfermo mandamos una carta a la Presidencia y contestó Alexis Mera (secretario jurídico de la Presidencia) diciendo que no se puede dar una pensión porque no lo permite la ley” . Papá Roncó: “Yo por eso cojo mi hamaca no más y sigo con mi música.
Imagínese estar pensando en lo mismo todos los días, uno se entristece porque de viejo lo olvidan”.
Está claro que hay un resentimiento de por medio e igual sigue. Va y se presenta donde lo llaman y ni le pagan. Todo junto, ¿le parece que son actos racistas?
Me parece que es falta de voluntad. Todo el mundo cree que la cultura es como una cosa que no merece un pago o al menos un reconocimiento. De ahí racistas realmente son los que creen que somos vagos. Yo tengo casi 80 años y sigo trabajando, a mí no me van a decir vago. Racistas son los que creen que somos ladrones y en este país hay bastantes. Verá que le cuento una anécdota de algo que me pasó también en Quito. Me subo a un bus y me siento junto a una señora que me ve y enseguida aprieta la cartera. Yo la miro y le digo: oiga, señora, si los negros nunca hemos sido los que huimos con la plata del país.
Pero reconocimientos le han hecho. Tiene la pared llena de ellos.
Sí, en la pared. A ver, no es que no han hecho actos en mi nombre. Eso por supuesto que sí. Por ahí hasta me nombraron embajador de la música afro. Lo que pasa es que uno quiere que esto sea valorado más allá del aplauso. Mi escuelita, por ejemplo, si yo la tuviera los niños y los jóvenes podrían dedicarse a eso y usted sabe que así se evitan hasta malas mañas. Pero no hay cómo. Yo por eso ahora no más les dejo los derechos de lo que sé a mis hijos, ¿dónde más los puedo dejar?
Solo que sus hijos no tocan la marimba como usted. Se han dedicado más a otros oficios: la docencia, la agricultura...
Claro, porque igual yo quise que hagan eso. No quiero que estén a la espera de un contrato o que tengan canciones como yo que tengo todo un material para hacer con estos temas de la muerte que escribí para Nelson Estupiñán, Celia Cruz y otros más y no puedo ni sacarlo.
A Carlos por lo menos lo vienen a buscar todos los días para que les haga un trabajito en la computadora. Guillermo también tiene su oficio, mis hijos en Quito lo mismo. En cambio yo, me dicen: buena Papá Roncó, buena Papá, pero no hay uno solo que se ofrezca a hacer esas cosas para sacar las canciones.
¿Masterizarlas?
Sí, bueno sacar un disco. Yo tengo aquí mis cancioncitas conmigo. Mis canciones de la muerte que las seguiré entonando a vivos y muertos que vengan a visitarme. Es más, quien quiera aprender que venga y aprenda. Que sepan que Papá Roncó está y que los negros podemos dar más. Nosotros somos buen pueblo. Trabajadores. Caramba, le repito, que los negros nunca hemos sido los que nos llevamos la plata del país.
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