lunes, 22 de septiembre de 2008

El recomendado de la semana



Cómo dice Francisco Campos Freire el que sube algo a la red debe tener consciencia de que ya no le pertenece. Quiero pedir disculpas a Rubén Darío Buitrón por reproducir este excelente trabajo en mi blog, es digno de leerse.



decían…



Decían que en tiempos de partidocracia las frecuentes cadenas de radio y televisión eran una maquiavélica estrategia para persuadir a los ciudadanos de que estaban gobernados por algún iluminado.
Decían que la partidocracia era excluyente, intolerante, atropelladora, incapaz de escuchar y rectificar, rendir cuentas y hacer autocríticas públicas de su gestión.
Decían que la partidocracia gobernaba para su círculo íntimo y que nunca explicaba los contratos a dedo, las acusaciones de enriquecimiento ilícito, el alto costo de la vida, las actitudes megalómanas, los inmensos carteles con el membrete de que era “otra obra de…”.
Decían que eso no solo era demagogia electorera sino también un desproporcionado y ridículo culto a la personalidad.
Decían que la partidocracia era antidemocrática porque copaba los medios de prensa con espacios, unos gratuitos y otros pagados, para hablar de sí misma y no de lo que los ciudadanos exigían que se transparentara.
Decían que se presionaba a jueces, fiscales y policías para que intimidaran, amenazan o acosaran a disidentes y opositores.
Decían que era antiética porque en el Congreso se tomaban decisiones que favorecían a un sector específico gracias a la “dictadura del voto”.
Decían que actuaba como mafia porque si un militante se desafiliaba lo perseguían, si otro revelaba detalles oscuros del manejo interno lo estigmatizaban, si otro pretendía hablar por fuera de la línea del partido quedaba como traidor, cobarde, inconsecuente e ingrato con quienes “le habían dado la oportunidad de servir al país”.
Decían que la partidocracia envilecía al pueblo en tiempo de elecciones porque se lo trataba como a pordiosero: sudorosos militantes recorrían el país en vehículos del Estado y desde los baldes de las camionetas oficiales, adornadas con los colores del partido, lanzaban al pueblo camisetas y libras de arroz en fundas plásticas con el rostro del Gran Jefe y alguna leyenda que prometía el cielo.
Decían que todo eso había que cambiar y mucha gente les creyó: gracias al voto de millones de esperanzados e indignados ecuatorianos, la partidocracia quedó en escombros y ahora ellos tienen el poder.
¿Serán distintos? Les toca frenar la corrupción, depurar la burocracia, rearmar un equipo de gobierno con una real meritocracia, respetar la disidencia, evitar nuevos contratos a dedo, escuchar las críticas, admitir los errores y rectificarlos, reemplazar el lenguaje violento por el pedagógico, dejar los rótulos pomposos en las carreteras y empezar a construirlas.
Tras año y medio de gobierno y a las puertas de una potencial victoria electoral, ellos deben responder las demandas ciudadanas y cambiar todo lo que dijeron que estaba mal.
Pero eso, aunque en Carondelet algunos no lo entiendan, solo es posible con ética, transparencia, honestidad y respeto a quienes, desde la sensatez, encienden las alarmas.

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