lunes, 21 de septiembre de 2009

Los ‘cachos’ fueron motivo de fiesta en el sitio San Eloy del cantón Rocafuerte

Foto: Diario EL UNIVERSO
ROCAFUERTE, Manabí. Geovanny Álava Mejía (i) y Ramón Mendoza expresan su condición de traicionados por sus parejas en el denominado Club de los Cachos.



TEXTO TOMADO DE DIARIO EL UNIVERSO

El festejo inició su novena edición la tarde del sábado pasado con una caravana de carros, en la que participaron decenas de hombres que sin ningún prejuicio plasmaron sus nombres o apodos en cachos de vacas, toros, chivos y venados como símbolo de que sus parejas les fueron infieles.

Ellos partieron de una casa mixta con techo de zinc, en cuya fachada cuelgan hileras de cuernos pintados.

Cada cacho cuenta una historia de engaño e infidelidad, según Ramón Mendoza, quien inauguró el ‘Club de los Cachudos’, después de que vio como su conviviente lo engañaba.

Así dio forma a esta tradición que data de hace nueve años. Desde ese tiempo ya se acumula en la sede del Club, de donde partió la caravana el sábado último, un centenar de cachos.

Lo escrito sobre los cuernos da muestra de que la infidelidad no conoce de raza o condición social. Allí plasmaron sus nombres desde policías, ingenieros civiles, contratistas del Estado, campesinos, ganaderos y hasta extranjeros provenientes de Colombia y Perú. También dejaron sus cachos los ecuatorianos que migraron a España, Italia y Estados Unidos.

El único requisito para dejar un cacho en la sede del Club, que debe ser pintado al antojo de su dueño, es contar –entre tragos de caña manabita– su historia de infidelidad.

Aunque algunos le piden a Mendoza que pinte un cuerno con sus nombres, pero ello no implica “que sean cachudos”, como explica –entre risas– Vicente Bravo, uno de los colaboradores del Club. “Solo nos piden y nosotros lo pintamos y le escribimos lo que nos digan”, cuenta este hombre, quien se califica como “borrachoso”.

Como preámbulo de la fiesta está lo que le ocurrió a Mendoza hace diez años. Él dice que encontró a su ex conviviente con otro hombre en la casa donde procrearon a tres hijos.

“Salía a trabajar en disco móvil y ella se quedaba en casa, pero luego un amigo me dijo que cuando yo me iba entraba ‘don segundo’ (amante de su mujer). Lo que hice fue verla y me retiré tranquilo, me fui de la casa”, cuenta Mendoza, quien a sus 53 años prefiere estar solo.

Esa experiencia despertó el ingenio de sus amigos, quienes le recomendaron que ponga un cacho de vaca en la fachada de su casa como seña del engaño.

Luego “ellos empezaron a decirme que les ponga su cacho, porque sus mujeres se los pusieron y así poco a poco comenzó todo”, comenta.

Geovanny Álava Mejía dice que ya cuenta con dos decepciones a sus 28 años. “Desconfío de las ingratas”, recalca.

Se refiere a su ex conviviente y una ex enamorada. “Las dos se fueron con marido, mi mujer me ‘adornaba’ cuando me iba en el bus a trabajar”, enfatiza.

Ahora las secuelas del engaño son latentes en Álava y Mendoza, que admiten que desde entonces “se pierden en el licor”.

Ambos, junto a otra decena de hombres que son parte del Club, se reúnen en su sede para libar y contar sus penas.

Aunque la noche del sábado último acudieron a su baile al aire libre, en el que se escogió a la soberana del Club.

Segundo Mero
Zapatero
“Ella me ‘adornó’ con mi mejor amigo. Todo Rocafuerte sabía y como dice el refrán, uno es el último en enterarse”.

Ramón Mendoza
Pdte. del Club de los Cachudos
“El engaño es más común de lo que se cree, lo valiente de un hombre es contar esta pena sin problemas”.

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